Escribo, con mi alma repleta de dolor y mis ojos inundados de llanto. Desde el día que te fuiste al cielo, abuela, no paro de buscar la forma de poder escuchar tu voz, sentir tu tacto, tu olor… No hay día que no te recuerde, abuela, pues fuiste mi refugio para ese amor de segunda mamá, la persona que siempre me aceptó por quien yo era, con todas mis virtudes y defectos, aunque tú nunca vieras ninguno. ¿Quién sino una abuela puede solamente ver las virtudes de uno? ¡Quién tiene una abuela, tiene un tesoro! Mi corazón derrama lágrimas por tu ausencia.
Y ese dolor atormenta día y noche mi existencia. Sin embargo, abuela, siempre encuentro algún punto de referencia cómo recordarte, y por eso, abuela, nunca en la vida podré olvidarte.